Nunca Subestimes Tu Oponente


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Nunca Suestimes Tu Oponente,
 Sin Importar Ccuán Pequeño Es


18 de diciembre, 2012
Cory McClintock, eres hombre muerto. 
La cabeza de Riggo está fuera de la ventana de la pequeña furgoneta de su madre, y las gotas de baba de su perro Monkey se deslizan por la puerta del coche.
"Conéctate al ordenador en una hora, si  no te juro que te mataré."
Muevo la cabeza, dejo caer el monopatín en el pavimento  frente al colegio y me voy. Me gusta Riggo, es mi amigo y todo eso, pero a veces es un pesado. Con todas las luces de freno serpenteando por la calle Military  frente a él, tendrá suerte si llega a casa en las próximas horas.
"Y mi mamá dice que debes usar casco."
La voz de Riggo disminuye mientras yo paso por el borde de la acera, evitando baches y basura, apuntando el monopatín en dirección hacia  casa. Su madre siempre le riñe  para que use casco o haga su tarea o vaya a la iglesia.  A veces pienso que es bueno que yo no tenga madre. ¿Quién necesita casco?
Con papá es otra historia. Le dan igual los cascos y la iglesia, pero cuando se trata de  deberes  es una cosa distinta. Papá da clases de historia en la escuela católica para varones donde yo voy, y sin duda  valora muchísimo las obligaciones. Pero como él se fue con su coche calentito sin mi hace unas horas para hacer algún recado misterioso, me voy a casa por mi cuenta. Siempre me dice  que tengo que cuidarme. Ahora esto significa que tengo que irme bajo una tormenta.
El salió apresurado reunirse con un hombre. Cuál será el gran misterio de su reunión, la verdad no lo sé. Pero eso es algo más acerca de papá, el no siempre me deja enterarme qué está sucediendo.
Mis ruedas encuentran una placa de hielo y el monopatín se desliza de lado y me pega una sacudida, la adrenalina hace que mi corazón golpee contra mi pecho como si hubiera saltado en un mosh o algo parecido, pero si algo he aprendido en todas los prácticas de lucha libre con el entrenador Britsleman es usar el miedo como técnica de concentración. En una fracción de segundo tengo control del monopatín otra vez.
Los cerebritos del tiempo en la tele han hecho que todos se vuelvan locos solo por predecir un metro de nieve. El anuncio del director Padre McIntyre esta mañana de que la escuela iba a cerrar a las 12 hoy y "hasta nuevo aviso" hizo que todos se volvieran locos. Cerrar el cole antes de los exámenes parciales ya es raro - el Padre M normalmente no entra en pánico a causa de unos copos de nieve. Pero la cosa más extraña pasó después. Supongo que él pensó que nadie estaba escuchando, porque entonces dijo, "y que Dios nos ayude."
Juro por Dios que su voz tembló.
Antes irme para la casa, vi a mi entrenador de lucha del primer año. Su voz también temblaba, pero por razones diferentes. Tenemos nuestra primera competencia el viernes contra el colegio de St. Anthony, y él había planeado rompernos los cuernos hoy durante el entrenamiento. Según Bristleman, no era la nieve lo que había asustado al Padre M. Se trataba de algún genio de la NASA que emitió un comunicado hoy por la mañana que decía que al fin y al cabo, puede que las predicciones del "fin de los tiempos" hechos por los Mayas hace miles de años no sean totalmente absurdos.
Este tipo de la NASA dijo que el terremoto que pasó ayer unas millas al norte en Maryland, el otro en San Francisco la semana pasada, más la enorme tormenta de nieve que se acerca hacia el Distrito de Colombia, además del maremoto en el Océano Pacífico, y las nevascas en Texas son todos debidos a la fuerza gravitacional de un agujero negro ubicado a millones de millas de aquí en el espacio. Dijo: puede que unas "fuerzas galácticas sin precedentes" se estén metiendo con la corteza terrestre. Ahora todo el mundo se está muriendo del susto.
Yo, personalmente, no creo en esto del "fin del mundo" que todos están diciendo hoy en día. Pero como soy el único indígena Maya que ellos conocen en el cole, de pronto todo el tiempo extraño, los terremotos y las erupciones de volcanes que han pasado recientemente son mi culpa.
Pero también me di cuenta, que por supuesto nadie me está agradeciendo por ayudarles a evitar los exámenes esta semana.
Ahorita solo quiero venir a casa y conectarme al ordenador. Por primera vez en mi vida, Riggo me hizo su compañero en el juego de Death Star que él convocó contra dos muchachos de la tutoría. Terry, su compañero usual, fue sacado del colegio después de que el terremoto en San Francisco agrietara un pilote del puente Golden Gate. Por lo visto, el padre de Terry cree lo que dicen sobre el agujero negro y los predichos del día del juicio final que vienen con el fin del calendario Maya. Ellos se fueron a su cabina en las montañas. Por alguna razón, él piensa que van a estar más seguros allí cuando se desate la locura. Pero como ahora, la fecha final será en 3 días, nadie sabe qué creer.
Un copo de nieve grandote me toca en la mejilla mientras doblo en la esquina de la calle Military y 27, justo entre dos autos que bloquean el cruce. Bueno, pues, los cerebritos de tiempo tenían razón acerca de la tormenta de nieve, para variar. Normalmente no presto mucha atención al tiempo, pero como he estado rezando por un milagro para evitar el examen de álgebra mañana, agradezco a los dioses por la tormenta con el puño elevado y me deslizo entre unos coches que están esperando en un semáforo para ir a la sinagoga.
Solo tengo 25 centímetros de asfalto para rodar por el borde de la banqueta mientras acelero. El cuello de mi uniforme color verde vómito que el cole nos hace llevar, me toca la barbilla, y mi abrigo se agita detrás de mí. Soy lo único que se mueve.
Aunque todavía son las 12, el cielo parece como si alguien limpiara las nubes con grasa para ejes y todos los faros de los coches están encendidos. ¡Qué rara es esta oscuridad! Mientras voy a toda mecha entre los círculos de luz naranja bajo las luces de la calle, me siento como si estuviera en algún libro de niños cuando las páginas cambian y algo pasa en un dibujo - la luz chispea, encendida, apagada, encendida, apagada. A mitad de camino en la calle Miltary, giro el monopatín y doblo entre una camioneta llena de niños horrorizados y un Mustang rojo cuyo radio atronaba un pastor que gritaba, "¡Arrepiéntase! ¡El fin ha llegado!"
Giro y hago un cambio brusco de marcha en el centro de la calle. Siento mi pulso latir con fuerza en mi cara, y mis rodillas tiemblan por pensar en una caída en frente de todos estos coches.
Tomen esto, estúpidos punks flacuchos patas largas. ¡No son los únicos que pueden hacer una vuelta de 180° en el tráfico!
Mientras me deslizo entre dos coches que se acercan, cruzo la calle. Es por movidas así que el Riggo dice que soy un gallito. Bueno, admito que no es la cosa más inteligente que he hecho, pero ¿qué sabe él? Él está en el coche de su madre caliente y seco.
Afeité mi cabello por la temporada de lucha, pues el frío corta mi cuero y mis orejas como si nunca cortara nada y ahora haya encontrado en mí, la única cosa demasiado loca exponerme al viento. Papá dice que el hecho de ser genuino guatemalteco no tiene nada que ver con odiar el frío. Me adoptó cuando tenía solo unas semanas y he vivido en D.C. desde entonces, pero hombre, mis genes no están hechos para este viento. ¡Se me están congelando los huevos!
Giro el borde por la curva y entro en la Avenida Nebraska, acelero agachándome en el monopatín, dejando ráfagas de aliento detrás de mí. Un camión de plataforma cuya puerta trasera tiene una de sus puertas abiertas, está esperando en frente de un semáforo a quince metros al frente de mí. Si lo alcanzo, lo puedo montar hasta la Avenida Conneticut. Allí estaré en la mitad del camino del viaje a casa, donde está seco, caliente y hay un refrigerador lleno de Coca Colas.
La luz del semáforo delante se desprende en lo que parecen un millón de pedazos de cristal verde y un anillo de niebla roja alrededor de las luces de freno del camión se disipa. Gases con olor a diesel y un bramido gutural retumban del camión, mientras acelera escupiendo humo negro.
Mis ruedas rue-e-e-e-e-e-e-e-dan en la superficie de la calle, vibrándome el cuerpo desde las piernas hasta el pecho y los dientes. Este salto tendrá que ser perfecto. Mi corazón está como si fuera una ardilla loca atrapada en una jaula, que quiere liberarse - ¡ya! Todos los días, agarro los coches mientras patino, pero todavía no me acostumbro a esa sensación que me inyecta energía justo antes del agarre.
Echándome hacia la cuesta, hago presión sobre el borde para acelerar y extiendo mi mano desnuda hacia la barandilla. Me bamboleo y mi corazón va a toda velocidad mientras el camión me saca adelante con esfuerza. Empujo el monopatín debajo de mí. El frío me escuece los dedos. Cualquiera de esos punks a los que le llamo amigos, que me robó los guantes puede considerarse muerto. Si el mundo no termina, lo voy a matar.
La presencia de hoyos y el asfalto irregular en la calle hacen que traquetee la plataforma del camión y amenazan con lanzarme, mientras que las marchas del camión hacen mucho ruido. He ido agarrado de coches más rápido que esto, pero todavía es mejor que ir cuesta arriba solo. En unos segundos me soltaré del camión y después me deslizaré a casa - todo el camino será cuesta abajo.
Nubes de combustión se dispersan en frente de las luces de una larga línea de coches que están atestando el cruce. Mi monopatín se estrella con un bache, y mi estómago salta como en un paso de hip hop. Me imagino rodando debajo de las ruedas del coche detrás de y trato de pensar en algo que decir a papá, para explicarle porqué me agarré del parachoques trasero de un vehículo, de nuevo, aun cuando él me amenazó con mutilarme la última vez que me pilló haciendo esto para subir esta misma colina. Pero de algún modo logro seguir sin ser untado como mantequilla en la calle.
La plataforma tiembla. Gases de diesel me queman la garganta mientras llegamos al fin de la Avenida Nebraska. Veo un hueco en el tráfico, suelto el camión, y me deslizo en el cruce. Copos de nieve brillan como chispas en faros amarillos mientras paso entre dos autos y rozo la rejilla de un Hummer. El conductor golpea su volante.
No puedo leer los labios, pero sin embargo le entiendo.
Siento un cosquilleo en el cuero cabelludo mientras ruedo en una calle lateral que va en dirección sur y me elevo del monopatín y me deslizo.
Nada hace que el corazón lata tanto así,  como una experiencia cercana a la muerte. La punta de mi nariz está completamente congelada. Y tampoco siento los dedos de las manos.
"¡McClintock, eres chido a toda madre!" grito, y saludo al tráfico con un gesto que me haría estar castigado si alguien del cole lo viera. Pero ¿y qué? - no lo puedo evitar. Estoy tan lleno de vida.
Por el resto del viaje no toco el suelo ni una vez, aunque la nieve ya está tan profunda que me frena. Cuando llego a casa y me bajo del monopatín, apenas si logro ver a más de 6 metros al frente de mí. Le doy un toquecito a la parte de atrás del monopatín y éste salta a mi mano. Subo las escaleras de dos en dos y saco la cadena con la llave de mi cuello. Las bisagras de la puerta mosquitera crujen cuando la abro.
Antes de que mis dedos entumecidos puedan abrir la puerta con la llave, ésta se abre. Papá siempre me fastidia para que cierre la puerta. Juro que voy a darle lata a él  por dejarla abierta.
Adentro no hay ninguna luz encendida.
Dejo caer el monopatín y me quito los zapatos a patadas.
"¿Papá?
Voy al refrigerador, pero cuando doblo por la encimera siento como si alguien me haya dado un golpe en el estómago. Papá está tumbando boca abajo sobre las baldosas y hay un charco de líquido oscuro en el suelo bajo su cabeza.
¡Papá!
Me tiro de rodillas al lado de él. Mis manos tiemblan cuando lo pongo boca arriba y huelo el hierro de sangre que está escurriendo de una cortadura en su frente. Sus párpados se mueven y trago saliva aunque mi garganta está seca.
¡Está vivo!Dios mío.¡Llame al 911!
Algo bloquea la luz de la puerta de la terraza. Es un tipo enorme usando un pasamontañas, cuyos ojos negros son lo único de su cara que puedo ver. Sus ojos reflejan el brillo de las luces en el callejón y haciéndolos ver color naranja.
"¿Quién eres?" le grito.
"Vamos," dice.
Dura un segundo hasta que me doy cuenta que habla español. ¿Vamos? Yo no voy a ir a ningún lado.
"¿Qué le pasó a mi padre?"
Otro hombre con pasamontañas aparece de la sombra. El primero da un paso adelante, me agarra del cuello, y me levanta del suelo.
"¡Eh, suéltame!" Giro para darle una patada y su chaqueta se abre. Agujas heladas de pánico me pican la piel de las axilas. Un revólver de mano grande cuelga de una pistolera dentro de su abrigo.
De ningún modo me voy a quedar a esperar que se presenten. Giro en la otra dirección para escabullirme de mi abrigo, uso la encimera para soltarme y corro. El segundo bruto grita algo feo en español, diciéndome que pare. Me da igual que me esté llamando, yo me voy de aquí. En el pasillo recojo el monopatín, abro la puerta de un empujón y choco con el mosquitero. El vidrio de la puerta del frente vibra al estrellarse contra la pared. El frío cala mis calcetines mientras me deslizo en el primero peldaño del porche y salto. Me siento como si fuera uno de estos sueños raros en cámara lenta en donde todo está silencioso; pero todavía huelo la nieve y el frío me da una bofetada. Esto no es un sueño.
Mi monopatín cae en la acera con un golpe sordo y miro por encima del hombro. Mis zapatos todavía están al lado de la entrada principal, pero cuando pienso en el calibre de los revólveres que vi, me da igual tener los calcetines mojados.
Giro sobre mis talones y choco con alguien que tiene el tamaño y la forma de un gorila. Cada músculo en mi cuerpo siente como si haya sido disparado con un arma Taser y caigo en sentado con fuerza. El frío de la nieve cala en mis pantalones. Mi monopatín desaparece bajo un BMW negro estacionado en la dirección contraria. La puerta del conductor se abre de un golpe.
El gorila se agacha, me agarra por el cuello, y me levanta como si no pesara nada. El próximo segundo me tuerce los brazos hacia mi espalda y me empuja la cabeza al suelo. Huele a loción after-shave barata y pastillas de menta.
"Te agarré," dice.
Gruño un poco cuando me arrastra al coche. No hay nada que decir. Ya que estoy totalmente fregado.
La ventana del pasajero de atrás del BMW se abre y un tipo con cabello grasoso, vistiendo un abrigo negro y una corbata me arque una ceja.
"Ponlo en el coche," dice. La puerta se abre y él se desliza en el asiento para hacerme un lugar. El tipo mira fijamente fuera de la ventana opuesta. Mientras tanto, agradezco en silencio a Isabelita por hablarme solo en español durante todos esos años que me cuidó. Por eso ahora les entiendo cada palabra que dicen.
Los dos brutos de mi cocina suben en el coche y se quitan los pasamontañas. Ambos hacen juego. El bruto número uno y el bruto número dos. Los dos tienen cuellos como pilares y pelo muy corto y oscuro. El de adelante se da la vuelta para fulminarme con la mirada. El otro rellena su cuerpo enorme en el asiento trasero, justo a mi lado.
"Vámonos," dice el hombre pequeño del traje. "Nos estamos perdiendo el tiempo." Su voz es alta pero tranquila.
¿Yo? Estoy aterrorizado. ¿Quiénes son estos tipos?
Todo lo que dijo el entrenador Bristleman acerca de no mostrar el miedo está a punto de desaparecer. Sudor y nieve escurren de mi cabeza y cara. Estoy luchando por respirar de manera normal. Me puedo imaginar cuán débil parezco. Las puertas se cierran de golpe, hay un golpazo sordo de las cerraduras y me siento como si hubiera sido pateado en el estómago. Me apoyo en el asiento de cuero mientras trato de concentrarme en no parecer tan asustado como me siento.
"Como siempre digo," dice el del traje, todavía mirando por la ventana. Tiene un acento pesado, pero su inglés es claro y lento. "Nunca subestimes tu oponentesin importar cuán pequeño es."
¿A quién le llama pequeño? El gorila que está manejando tiene que pesar 90 kilos más que yo, por lo menos. No era una lucha justa. Además, no soy para nada experto, pero he jugado bastantes videojuegos para saber que aquellas armas que llevan los brutos de mi cocina, son pistolas semiautomáticas de vanguardia. Y son grandes.
Siento la calefacción del auto filtrándose en mis dedos de los pies y las manos, así como la sangre latir bajo los rasguños en mis palmas. Mi corazón palpita en mis orejas; mientras recorro el asiento trasero con la vista. Tengo que salir de aquí. Ahora.
Me froto la nariz con el revés de mi mano, y el tipo del traje me pasa un pañuelo doblado. Cuando veo los diseños raros color rojo brillante en la esquina, se me cae el alma a los pies. Conozco glifos Mayas cuando los veo. Papá tiene unos encuadrados en su oficina.
"Bueno, chico, déjame presentarme. Me llamo Omar Culebra. Espero que hayas disfrutado tu último retozo en la nieve. No hay nada parecido a dónde vamos." Hace una pausa. "Claro, a menos que no valga la pena todo lo que hicimos para encontrarte." Algo de sus ojos me recuerda al carbón de una chimenea. Una corona de oro en un diente frontal brilla débilmente en la luz gris.
"Al aeropuerto," dice, y el coche avanza.
"¿El aeropuerto?" Trato de reprimir el temblón de mi voz.
"Ah, sí. Veo que estás confundido." Escucho su acento muy bien ahora. Enciende un cigarrillo y apaga el fósforo. Su risa ha desaparecido y el coche se mueve lentamente a la esquina de las avenidas Veazy y Wisconsin. "No te preocupes. Sólo te llevamos a casa. Te necesitan en Guatemala.
"¿¡Guatemala!?" Mi garganta se siente tan tensa que casi no puedo tragar y mi voz suena a un chillido. Salvo él, nadie en el coche está prestando atención, como si recogieran chicos al azar cada día de la calle.
"Mira, Sr. Quienquiera-eres, realmente tengo que llamar un ambulancia para mi padre."
Es entonces cuando le entiendo.
"¿Son secuestradores? ¡Hombre, han metido la pata! Mi papá es maestro de historia. No tenemos dinero para nada."
Recorro el asiento trasero con la vista y pienso en mis opciones. Solo hay que sortear el tipo más pequeño, y después escapar de los más grandes a pie. Con o sin zapatos, estoy seguro de ser más rápido que ellos, ¿no?
Me muevo al frente de la silla, echándome hacia adelante.
El matón a la izquierda me sujeta en la rodilla y la aprieta. Sus dedos tienen el tamaño y la forma de salchichas, pero me siento como si un torno me agarrara.
Culebra mira de reojo en mi dirección mientras me retuerzo.
"Ah sí, tu papá.'" Culebra alarga la palabra. Respira por el cigarrillo y ladea la cabeza, pensando en algo. "Sabes, no es tu padre verdadero, chico."
"¿Sí? Pues él me adoptó cuando era bebé, y por eso es mi padre en papel. Mire, necesito asegurarme que todo está bien."
"Tu familia se enojó mucho cuando tu madre te envió fuera. Te he buscado por un tiempo muy largo.
Siento una opresión en el pecho cuando, lentamente, me doy cuenta de lo que dijo.
"¿Conoces a mi madre?" Ahora mi corazón late con fuerza.
La comisura de sus labios se levanta un poco.
"Sí, chico. Soy su hermano."

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